No hace muchos años, cuando el que escribe era un adolescente, era normal (y obligatorio) pagar por ver una película, siempre que no fuese una película que emitían en televisión. Eran tiempos de ir al videoclub y decidir en función de la sinopsis, la carátula, o la recomendación del dependiente, y tiempos en los que íbamos al cine con bastante más frecuencia que en la actualidad.
No voy a escribir sobre la piratería, ni sobre la descarga ilegal de películas y series en internet. Es un tema ya sobado, y no quiero entrar en debates eternos ni en demagogia. Yo también veo series y películas en Internet sin pagar a los creadores de contenidos. Pero no siempre lo hago: en ocasiones acudo a Filmin y pago por ver una película de forma legal. ¿Por qué pagar, os preguntaréis algunos? Pues sucede que a mí me gustaría en un futuro vivir de mis creaciones, y soy consciente de que producir cine cuesta dinero: muchísimo dinero. Y es lo mínimo que puedo hacer para no sentirme del todo culpable.
La descarga ilegal de películas y series es imparable. Por muchas leyes que se hagan, y por implacable que sea la ejecución de la ley, siempre habrá vacíos legales, siempre habrá webs, torrents o aplicaciones de descarga, y siempre habrá espectadores dispuestos a no pagar un céntimo por ver una película.
Aunque no sirva como excusa, ni esté justificando la descarga ilegal de otro tipo de contenidos culturales como son la música y los libros, es un hecho que los músicos y los escritores también se han visto perjudicados por esta tendencia al «yo pago por Internet y tengo derecho a todo lo que quiera», pero no tanto como le ha pasado a la industria del cine.
Las discográficas ya no viven tan esplendorosamente como antaño, pero los músicos, los creadores de contenidos musicales, aún tienen al menos las actuaciones en directo para recibir al menos algún tipo de recompensa por su trabajo. Ya no se vive de la venta de discos: ahora se vive de las actuaciones en directo. No es ni de lejos la mejor de las situaciones, pero menos da una piedra.
Los escritores también se han visto afectados, pero no tanto. Al fin y al cabo, un libro en papel no cuesta tanto, y sigue siendo más cómodo que leértelo en el ordenador, o que imprimirlo en plan cutre. Además, la industria literaria ha sabido adaptarse, y la venta de dispositivos de lectura y de libros electrónicos está en auge, y funciona.
¿Pero qué hacemos con el cine? Sobre todo teniendo en cuenta lo que cuesta hacer una película, y la cantidad de gente necesaria para llevarla a cabo. Sin ir más lejos, en España el presupuesto medio de una película normal, sin muchos aspavientos, suele rondar los 2 o 3 millones de euros, y no estoy hablando de superproducciones, sino de una producción que pague a sus trabajadores y tenga visos de hacer las cosas medianamente bien sin arruinarse ni quemar al equipo con jornadas maratonianas y bocadillos durante las 8 semanas que suele durar un rodaje.
En Estados Unidos, que sigue siendo la referencia industrial del audiovisual a nivel mundial, 23 millones de hogares ya disponen de Netflix, una especie de Spotify del audiovisual, en el que pueden ver una gran cantidad de series y películas de forma legal a partir de 8 euros al mes. Sin duda, una opción asequible que minimiza las pérdidas que supondrían no ofrecer una alternativa a la enorme cantidad de espectadores que ya no acuden a las salas de cine.
¿Y qué pasa en España? Pues aquí todavía no ha desembarcado Netflix, aunque se supone que lo haría este año. Pero tenemos otras plataformas como Youzee, Filmin y Filmotech, que ofrecen películas desde 1,95 hasta 3,99 más o menos, en función de si es un estreno o es una película un poco más antigua.
¿Por qué no hablo de series? Pues porque está claro que va a ser más difícil convencer a los espectadores españoles (y me incluyo) de que paguen por ver el último capítulo de una de las tantas series que ve, a no ser que sea pagando una cuota mensual o anual al estilo Netflix. Sin embargo, creo que con las películas aún hay un buen número de espectadores que son recuperables si se les ofrece una buena alternativa.
Para mí, la mejor alternativa que existe en España es Filmin, que a día de hoy ya tiene un catálogo con 3853 películas y 103 series, y cada semana va incluyendo nuevas obras, además de organizar festivales de cine online donde ofrece películas inéditas en España, y de estar haciendo un esfuerzo enorme en la buena dirección. En su contra sólo se puede objetar que aún no puede competir ni compararse con Netflix, pues sus acuerdos de exhibición de obras no son tan amplios, y no dispone de tantos blockbusters ni de las series más vistas.
Volviendo al cine, creo que nadie pone en duda que el precio de las entradas en salas se ha disparado demasiado en los últimos años, como lo han hecho tantas cosas desde que nos pasamos al euro, ese gran timo que nos hizo vivir por encima de nuestras posibilidades. Los exhibidores de cine se ven en una encrucijada porque no pueden bajar los precios, y tienen que recurrir a fórmulas para intentar atraer a la gente al cine. De momento hay algunos que aguantan. Otros no han podido y han cerrado el chiringuito.
A mí la verdad es que me gustaría que el cine independiente (y me refiero al independiente de verdad, en el que un cineasta arriesga sus ahorros y hasta su casa por producir) tuviera una oportunidad con la existencia de Internet, al igual que supone un escaparate para los músicos, que ya no necesitan a una discográfica para darse a conocer y empezar una carrera. Sueño con un momento en el que podamos hacer películas originales, de autor, y de bajo presupuesto, e intentar conquistar a los espectadores en Internet sin necesidad de recurrir al sistema de distribución y exhibición que impera, y que está dominado por las majors norteamericanas.
Es todavía una utopía, lo sé. Pero imaginadlo por un momento: yo decido hacer una película con un equipo técnico muy reducido de unas 10-15 personas, y la rodamos en una semana como mucho. Una historia sencilla, con muy pocas localizaciones y muy pocos actores. Una película con un presupuesto que no supere los 50.000 euros de inversión como muchísimo, sin necesidad de andar rogando con una campaña de crowdfunding, sino que sea algo asequible de producir reuniendo unos pocos inversores, que tenga su riesgo como cualquier negocio, pero que sea consciente de sus limitaciones presupuestarias, y todo el mundo cobre por su trabajo, aunque sea un mínimo decente por la semana de rodaje.
Imaginad que existiera una especie de Bandcamp del audiovisual, donde un cineasta independiente colgase sus cortos y un resumen de sus trabajos, y si te gustase su rollo y quisieras ver su largometraje autofinanciado, pudieses verla por un precio que puedas elegir tú a partir de un euro.
Vimeo ya lo está haciendo desde hace no mucho, así que no hablo de nada descabellado. Puede que sea el futuro más inmediato para muchos cineastas en países como el nuestro, donde la producción que se hacía hasta ahora está llegando a cotas muy bajas, muchos proyectos están paralizados, y es mucho más difícil dar el salto al largometraje.
Es obvio que supone renunciar a hacer superproducciones, sacar al Roger Corman que llevamos dentro, y disponer de unos medios técnicos muy básicos y reducidos, pero podría ser una vía alternativa para no quedarnos esperando a que el cine, tal y como lo conocíamos, resurja. No tiene pinta de hacerlo.
Hay que adaptarse a las circunstancias, así que una vez analizada la situación (muy por encima, porque este tema da para un ensayo o una tesis de doctorado), retomo la pregunta que lanzaba en el título de esta entrada, y os propongo una encuesta: ¿cuánto pagarías por ver una película independiente en casa?
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